lunes, 24 de septiembre de 2012

TEORÍA CRÍTICA


Entendemos por Teoría Crítica el proyecto fundamental que caracteriza a la conocida como Escuela de Frankfurt: el grupo de pensadores aglutinados en torno al Instituto de Investigación Social de la ciudad alemana, fundado en 1923. Según R.J. Bernstein, “la Teoría Crítica se había distinguido de la teoría social ‘tradicional’ en virtud de su habilidad para especificar aquellas potencialidades reales de una situación histórica concreta que pudieran fomentar los procesos de la emancipación humana y superar el dominio y la represión”.

La Teoría Crítica procuraba dar cumplimiento a esta pretensión revalorizando para dicho fin los momentos fundamentales de la tradición ilustrada europea. En lugar de solaparse sin más con un conjunto de inten- ciones eminentemente rupturistas, la Teoría Crítica quería acreditarse como aquella única instancia que, en un mundo administrado por completo por la razón técnica o calculística, podía guardar memoria de la razón substantiva (denominada Vernunft en la filosofía clásica alemana). 

Para hacer factible el sentido de ambos propósitos (virtualidad emancipatoria y reintegración racio- nal), la Teoría Crítica se autoconstruyó como teoría de la cosificación tardo- capitalista, habilitada esencialmente para desempeñar una crítica ideológica inmanente y para formar, como consecuencia, la disposición estructural de una conciencia revolucionaria. El principal resultado de esta actitud teorética se concentra en el debate en torno a las categorías: razón instrumental y dialéctica de la Ilustración.


El concepto de razón instrumental posee un carácter de denuncia que des- califica el sentido dominante de la racionalización social en la cultura moderna. En la definición clásica de zweckrationalität, Max Weber considera a ésta la que determina una “acción subjetivamente racional con arreglo a fines” y desde su prevalencia la función racionalizadora de la Modernidad presenta la impronta opaca de lo puramente técnico y pragmático. 

Aunque el mecanicismo, como esencia cultural, se revele considerablemente eficaz en el ámbito tecnológico, adquiere sin embargo una dimensión siniestra cuando oficia como principio de la integración social, pues entonces se reduce a un mero ejercicio de expansión totalitaria del orden político. 

Como señala Jacobo Muñoz, se trata en este caso de una “pseudorracionalización cuyo coste aní- mico resulta incalculable y que se traduce en ese intento de adaptarse u homogeneizarse, al que el individuo se ve constantemente forzado.” 

La adaptación o acomodación amenaza convertirse, bajo el predominio social de la racionalidad instrumental, en el criterio único al que puede acogerse cualquier comportamiento subjetivo, en tanto que la idea de progreso como fin en sí fomenta el continuo espejismo de que la realidad establecida es al mismo tiempo el ideal al que podemos aspirar. 

Esta paradoja abismal, de estirpe kaf- kiana, fue señalada por Horkheimer4 como el rasgo característico de la cul- tura contemporánea y el principal obstáculo al que se enfrenta hoy el pensa- miento crítico de aspiraciones radicales.

En efecto, la formalización extrema de la racionalidad (propiciada por una metodología científica históricamente consolidada) y su propensión glo- balizante (en correspondencia con el carácter expansivo del sistema capitalista de producción e intercambio), dan lugar en la era contemporánea a una hibridación políticamente efectiva de actitud positivista y convicciones totalizadoras de índole metafísica. 

La disposición desencantadora que caracteriza a la Modernidad impone a la metafísica de la cultura dominante una suerte de desrrealización consistente en la absolutización de lo fenoménico en su actualidad sucesiva (a lo que se atribuye toda la carga de sentido que en nues- tra época se puede tomar en cuenta).

La totalidad social como objeto inerte, abandonado a su propia circulación histórica. En efecto, el secreto de las actuales recetas legitimatorias consiste en solapar entre sí el plano funcional del modo histórico de producción, en su dinámica desenfrenada, con una presentación falsamente orgánica de las rela- ciones sociales, en la que se hacen pasar por condiciones necesarias del desenvolvimiento económico la apropiación privada del trabajo y del beneficio concomitante. 

Esta nivelación del plano técnico-funcional con los rasgos determinantes de las relaciones sociales alimenta el espejismo de una plena libertad de autorrealización (colectiva e individual), exclusivamente orienta- da por la facticidad del desarrollo productivo, pero que no es otra cosa que la máscara de la adaptación pasiva a la lógica autosuficiente del capitalismo monopolista.

La traducción política de esta disposición cultural produce una imagen de  con tales limitaciones, el sistema ideológico de la Modernidad conlleva, a más o menos largo plazo, el agostamiento y la trivialización del conjunto de las necesidades e intereses históricos en su dimensión individual, en un pro- ceso de empobrecimiento vital devastador. 

Esta percepción amenaza con un efecto tan atrozmente disolutivo, que induce en la contemporaneidad la compulsión a una nueva solidaridad mecánica, que se instituye autónomamente en la ciega necesidad de reproducir los sistemas sociales y su sentido marca- damente instrumental. 

La disposición de la dialéctica de la Ilustración conduce, por tanto, a esta suerte de hiperrealismo, que podemos ver sugerente- mente representado en la obra kafkiana: “El mundo de Kafka aparece dotado de una concreción casi sobrenatural. 

Todo es inestable, tambaleante, precario, pero al mismo tiempo desesperadamente inmutable y como petrificado”. De esta suerte, el talante del pensamiento factualizado tiende a retornar a una percepción en clave mítica de lo real, desbordando, en una paradójica regresión a los orígenes, los tradicionales principios de ordenación del pensa- miento ontoteológico.

El dios cristiano, en cualquier caso, ha sido sustituido en la Modernidad por el principio social de racionalidad. Con esta afirmación puede expresarse sintéticamente la carga de ambivalencia en que discurre el proceso de modernización: a su impronta de secularización de todos los órdenes de la vida se solapa la aspiración metafísica a que el progresivo desarrollo de la racionalidad conceptual objetivizadora suponga el movimiento moral hacia la verdad. 

Ante esta situación, la principal potencialidad de la Teoría Crítica consiste en hacer patente la naturaleza legitimatoria de la actual ideología dominante sobre la realidad opresiva del capitalismo desarrollado. 

En efecto, la estructura de una racionalidad máximamente sesgada hacia la instrumentalidad puede simbolizar el principio de legitimidad ausente, haciendo valer la meto- nimia eficacia=poder como metáfora de la Verdad (amparada bajo la hege- monía histórica de la racionalidad objetivizadora en Occidente). 

A partir de esta metáfora básica, se encadenan otras absolutamente significativas, cohesionadas por las categorías preeminentes de la filosofía: verdad=identi- dad=esencia=universal=universalidad (esta última como forma misma del Principio de Legitimación).


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